Todos coinciden que Chile es uno de los países con mayor actividad en materia de riesgos naturales. El año pasado tuvimos la “tormenta de fuego” que afectó desde la Quinta a la Octava regiones y continuó con los aluviones en la zona norte y central; este año, la historia se repite con catástrofes de fuego en el sur, y las regiones del extremo norte inundadas y arrasadas.
Los desastres naturales provocan víctimas, miles de millones de dólares en pérdidas económicas, cambios en el paisaje, etc.
Pero en Chile únicamente parece haber conformidad con el hecho de que no nos sorprendemos ni nos asustamos ante un sismo fuerte, o con la ola solidaria que suele seguir a estos hechos catastróficos.
Sin embargo, esa incapacidad de sorpresa, la resignación que le sigue y la conducta aprendida de la donación no nos convierten en un país Resiliente.
La Resiliencia implica la capacidad de aprender de las grandes caídas, y convertir ese aprendizaje en conocimiento para enfrentar nuevas crisis con menos miedo que las anteriores, disminuyendo la incertidumbre al marcar un camino claro de conducta. Esta capacidad, a nivel país, no solo implica la forma en que vamos a reaccionar “durante” la crisis, sino también “antes” y “después”. El protocolo en estas dos situaciones temporales es clave para considerarse resiliente.
Planteo algunas preguntas al respecto:
En el “Antes”
Ningún plan resiliente puede depender de las voluntades. Debe sustentarse en los recursos humanos y materiales de que se dispone en la realidad y en roles obligatorios.
– ¿Cuáles son los protocolos de capacitación y aprendizaje ciudadano ante catástrofes? ¿Se incluye a los dirigentes sociales? ¿A los medios de comunicación locales y vecinales?
Los actuales protocolos y planes de prevención de riesgos frecuentemente no incluyen a las personas, a los grupos y sus dinámicas. Tampoco consideran canales locales, redes sociales o radios comunitarias. No se prepara, por ejemplo, a los dirigentes sociales para formar parte de las soluciones, independiente de cómo funcionen las autoridades y los planes, si los hay, asumen la dependencia del voluntariado. Ningún plan resiliente puede depender de las voluntades. Debe sustentarse en los recursos humanos y materiales de que se dispone en la realidad y en roles obligatorios.
– ¿Cómo están construidas las redes y flujos de comunicación?
Si queremos que estar preparados para lo que sea que pase, las redes (y alternativas de redes) deben estar listas previamente. La gente no puede quedar comunicacionalmente aislada. El manejo adecuado de información hace una enorme diferencia en cuanto a tiempos de recuperación y distribución de ayuda.
En el “Después”
– ¿Cuál es la política para procurar (más que ayudar) la recuperación de las personas y las comunidades?
El reparto de ayuda solidaria o de gift cards para comprar ropa mientras dura una emergencia no constituyen un sistema resiliente. Son apenas un paliativo y ni siquiera está estandarizado (en el sentido que las víctimas de catástrofes no saben con certeza con qué ayuda se les apoyará).
Debe haber una reflexión profunda acerca de qué necesita una persona y una familia que lo ha perdido todo para volver a ser capaces de generar sus propios ingresos e iniciar su reconstrucción por sus propios medios. ¿Un sueldo? ¿De cuánto? ¿Un subsidio? ¿La reposición de sus medios de producción (en caso que sean empresarios o independientes)? No hay políticas ni reflexión en torno a esto y las víctimas quedas a su suerte.
– ¿Y si la catástrofe destruye un sector industrial? ¿Hay planes de reconversión?
No hay estudios ni planes que establezcan la reconversión de una zona –aunque sea temporal- en caso de catástrofes. Por ejemplo, lo ocurrido en la zona del Lago Llanquihue cuando acaeció la erupción devastadora de 2015: la zona estaba orientada al turismo y a la ganadería, pero claramente durante un tiempo prolongado ambas actividades quedaron suspendidas o anuladas.
Se requiere pensar en todos estos aspectos y muchos más, como parte de un aprendizaje resiliente para dejar de ser solo resistentes.
Alvaro Medina Jara, Periodista con más de 25 años en comunicaciones. Magíster en Administración y Dirección de Empresas. Autor del libro “Resiliencia” (2005) y de metodología de formación en Resiliencia Personal y Organizacional. Ha sido charlista del tema en diversas universidades y centros de enseñanza. Fue director del Diario La Nación, editor general de ese medio, editor y periodista en numerosos medios nacionales. Consultor en proyectos con financiamiento BID y PNUMA, Director de Comunicaciones en instituciones públicas y privadas, académico en diversas universidades en el ámbito de la gestión, lingüística, marketing y branding.
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